Artista homenaje

Curado por Francisco Medail

Lucrecia Plat, fotógrafa argentina de extensa trayectoria en el ámbito local.

Curada por Francisco Medail, la exhibición recorre gran parte de la producción de Plat en sus cuarenta años de trabajo, entre la cual se destaca la serie retratos íntimos a Alejandra Pizarnik y los registros nocturnos de la élite porteña a comienzos de la última dictadura militar. 

Lucrecia Plat nació en Buenos Aires en 1942. Se inició en la fotografía en 1965. Dos años más tarde participó de una exhibición en la Galería Laberinto, acompañando la presentación del libro de poemas de Beatriz Matar. En 1967, realizó las fotografías del ensayo Transacrílico para la revista Cuadernos de Mr. Robinson. Entre los años 1965 y 1990 realizó fotografías a escritores y escritoras para el Centro Editor de América Latina, entre sus retratos destacados se encuentra una sesión de fotos íntimas a Alejandra Pizarnik. Colaboró entre otros medios con Clarín, El País de España, La Gaceta ilustrada y La Nación. En 1994 inauguró su estudio publicitario. Participó en exhibiciones individuales y colectivas, entre las que se destacan Alejandra Pizarnik en la Librería de Mujeres, El humo entra en tus ojos en la Galería Vasari y Máxima Reserva en la Fotogalería del Teatro San Martín.

El programa de homenajes dentro de BAphoto se implementó de manera sostenida a partir del año 2015. Curado por Francisco Medail, ex director artístico de la feria y actual curador del Centro Cultural Kirchner, este programa tiene como objetivo recuperar la figura de fotógrafos y fotógrafas que hayan tenido una participación activa en el ámbito de la fotografía argentina. Desde entonces, se han realizado homenajes a Jorge Friedman, Juan Di Sandro, Frans van Riel, Pepe Fernández, Pedro Otero y Foto Estudio Luisita. Sin embargo, el de Lucrecia Plat una edición especial, ya que se trata  del primer homenaje en vida que realiza la feria.

 

  

   

LOS TRABAJOS Y LAS NOCHES
Francisco Medail. Curador

1969. Son las dos de la mañana y suena el teléfono. Lucrecia Plat atiende. Del otro lado, una voz trastabillada le ofrece una propuesta: hagamos un libro juntas sobre muñecas, yo escribo los poemas y vos haces las fotos. La que habla es Alejandra Pizarnik, a quien Lucrecia había conocido años atrás en una sesión de fotos para el Centro Editor de América Latina. Esa tarde, Alejandra había estado desenvuelta y divertida, una actitud no frecuente en la poeta. Mucho tiempo después, Lucrecia se enteraría por una amiga en común que Alejandra estaba en franco plan de seducirla.
El ofrecimiento de hacer un fotolibro en conjunto quedó en la nada. Plat prometió llamarla, pero estaba demasiado ocupada con su reciente maternidad como para concentrarse en proyectos poco redituables (que iba a saber ella que los fotolibros entre escritores y fotógrafos del siglo XX serían reliquias en el actual mercado del arte). Es que Lucrecia Plat es, ante todo, una trabajadora. Su acercamiento a la fotografía fue principalmente para ganarse la vida. Había sido empleada municipal pero su pareja de entonces la motivó a cambiar la oficina por la cámara. Su padre se negaba a que fuese fotógrafa, un trabajo mal visto por las clases medias aspiracionales de aquellos años. “No te preocupes, nadie va a saber que soy hija tuya” le respondió ella, y a partir de entonces se modificó el apellido.

  

  

Lucrecia hizo de todo. Casamientos, encargos de publicidad, registros periodísticos para medios internacionales. Soñaba con tener un sueldo estable y para eso intentó entrar al varonil mundo de las revistas ilustradas. Había estado con su cámara en la Masacre de Ezeiza pero resultó insuficiente. Siendo mujer, no había experiencia ni valentía que valga. Para el Centro Editor de América Latina, Boris Spivacow le dio una única consiga: que los retratos a escritores no sean convencionales. Así se explica, por ejemplo, la foto de Roberto Juarroz parado en la cornisa de la Facultad de Filosofía y Letras, en su vieja sede de calle Independencia. A finales de los 70, fue contratada por el diario La Nación para cubrir eventos sociales. Allí registró las fiestas nocturnas de la oligarquía argentina, que entre cocktails y cigarrillos festejaba el nuevo rumbo económico del país. Lucrecia no esperaba a que las personas posaran, disparaba el obturador y seguía de largo. Eso sí, tenía cuidado. Ser fotógrafa en plena dictadura militar era un riesgo.
Tiempo después abrió su propio estudio publicitario, aunque se aburrió rápidamente. El perfeccionismo técnico y la creatividad no iban de la mano. Con la cámara de placa que compró por entonces hizo años después la serie Carteras de mujeres, su principal acercamiento a la fotografía conceptual. Al cierre del estudio le siguieron otros encargos. Nunca dejó de sacar fotos.
Lucrecia fue siempre consciente del valor testimonial que tendrían sus imágenes. Registran personas y momentos importantes de nuestra historia. Hoy las mira y lo vuelve a comprobar, aunque nunca imaginó que le harían un homenaje en una feria de arte.